Ukyoclub

domingo, 13 de septiembre de 2009

Ayumi Shin “Para siempre”



Era una fría madrugada de otoño y la emperatriz no podía dormir. Una pesadilla horrible había turbado su descanso obligándola a salir descalza y a medio vestir a su pequeño jardín. La noche había sido tan fría, que el suelo, estaba recubierto por escarcha provocada por la congelación del rocío nocturno.

La emperatriz, que había salido de su futón empapada de un sudor casi febril, pareció recuperar la sensación de lo real al poner sus pequeños pies sobre el helado suelo de piedra que cruzaba el estanque de su jardín.

El aire helado, que lo había tornado todo del color de la madera aquel otoño, entró hasta los pulmones de la emperatriz del mismo modo en que la tormenta cae sobre los campos destruyendo las cosechas, del mismo modo en que, el río, se torna feroz tras el deshielo, tratando de arrastrar todo cuanto hay a su paso, pero dejando esa sensación de pureza y calma tras él. Tras esa primera bocanada de frescura que casi dolió, la pequeña emperatriz notó una recuperada sensación de alivio y tranquilidad al comprobar que nada de lo que había presenciado era real, sólo había sido un sueño, un mal sueño, ahora estaba segura porque se podía saber viva, el frío que subía por sus delicados y blancos pies dolía tanto que le indicaba que ya estaba del todo despierta, “prefiero aguantar este dolor que volver a caer dormida y tener tales sueños” se dijo a si misma, así que, saltando delicadamente de piedra en piedra, cruzó el estanque de su jardín de nenúfares hasta llegar al pequeño templo que había al otro lado del mismo.

El templo era muy pequeño pero, aún así, estaba bien acondicionado y aunque restaba abierto al resto de jardín quedaba bien guarecido del frío.

Al pisar el suelo del templo, la emperatriz agradeció que estuviera seco y guardara un poco de la calidez típica de la madera. Pudo notar la madera crujir dulcemente bajo sus pies y ese sonido, la reconfortó. Se arrodilló frente a la figura de Buda e hizo una reverencia en señal de respeto, había decidido pasar lo que restaba de noche en vela y meditando el porqué de aquel espantoso sueño, se preguntaba amargamente ¿por qué?, porque ella, que nunca había querido el mal para nadie, podía ser capaz de ver en sueños tales atrocidades. No quería ni cerrar los ojos, pues el recuerdo de lo vivido en su pesadilla la hacía estremecerse horrorizada.

Sin saber porque, de repente, en aquel mar de tranquilidad, la asustada emperatriz comenzó a cantar una canción que su madre le había enseñado de pequeña. Pensar en su madre siempre había hecho que Ayumi, pues así se llamaba la joven emperatriz, recuperara su entereza. Mientras cantaba, el aire que salía de su pequeña y perfectamente simétrica boca, formaba tímidas nubecillas de vapor al entrar en contacto con el frío exterior. Sus dulces cantos, que parecían brotar de sus carnosos labios, de igual modo en que brota el agua de un manantial sereno y cristalino, resonaban melodiosos entre las rocas del templo y se perdían suavemente entre las ramas desnudas de los cerezos del jardín.

Todo estaba en paz y equilibrio entre sí y parecía que la joven emperatriz había conseguido olvidar lo que la había llevado hasta allí, así que, sin darse cuenta, cerró sus preciosos ojos almendrados, que ya no tenían el brillo de los de un cervatillo asustado, y cuando empezaba a rozar el umbral de la vigilia, un millar de terribles imágenes se agolparon en su cabeza en un segundo haciendo que recuperara su aspecto asustado de nuevo, la pobre muchacha sabedora de que aquello no podía ser otra cosa que una terrible premonición se llevó las manos a la cara y rompió a llorar con angustia. La paz que antes había inundado su jardín, se rompió en un estallido sordo y repentino de lágrimas y temor. Sus gemidos suplicantes y anhelantes de ayuda hicieron que una pequeña y graciosa criatura saliera de su letargo, era el dragón de la emperatriz, que había despertado de su sueño al oír llorar a su dulce niña.

La joven muchacha no se percató de que ya no estaba sola, como estaba encogida sobre sí misma, doblegada de pena y temor sobre su propio regazo, no se había dado cuenta que un pequeño dragoncito de color rojo y dorado, de aspecto descarado y resuelto, aunque ahora un poco dormido, la miraba fijamente con gran curiosidad. Al notar esos pequeños e interrogativos ojos que buscaban los suyos, la emperatriz levantó su rostro y, en un gesto de infinita candidez e inocencia, enjugó sus lágrimas con la manga de su desbaratado kimono blanco tal y como lo haría una niña pequeña.

Al ver frente de sí aquella criatura, que aun siendo tan poquita cosa sostenía aquella actitud de desfachatez y descaro y la miraba escrutadora, la muchacha no pudo sino esbozar una leve sonrisa y acercar curiosa su mano al dragoncito, quien de forma decidida y sin ningún tipo de respeto, saltó sobre el regazo de la emperatriz y la inspeccionó de cerca. La joven se quedó totalmente perpleja y sin saber como reaccionar. “Y bien?” dijo una voz que resonaba alegre y vivaracha “por qué lloras así? Me has despertado con tu llanto!” la joven emperatriz, al contemplar aquella cosita graciosa y parlanchina, que trataba de parecer enfadado cruzando sus bracitos sobre su pecho y arrugando sus bigotes, se echó a reír tímidamente, “quién eres tú?” preguntó divertida la muchacha. El pequeño dragoncito, dando un simpático respingo hasta el suelo y aclarándose la garganta con un par de carraspeos por tal de dar importancia a su propia presentación, se irguió en gesto marcial y alzando la cabeza en señal de orgullo dijo con voz firme “soy el dragón de la emperatriz, soy, el gran Shin” y haciendo una graciosa reverencia ante la joven Ayumi prosiguió, “vos debéis de ser mi joven señora, pero, quien lo diría viendo esa preciosa cara amarada de lágrimas” el pequeño Shin volvió a subir al regazo de la emperatriz y con sus garritas, acabó de limpiar la cara de la joven, “esto ya es otra cosa” dijo satisfecho y sonriente el dragón.

Tras un instante en que las miradas de la emperatriz y su dragón se cruzaron y durante el cual pareció que algo ya los había unido para siempre, Ayumi, sonrojada por la vergüenza de aquel fugaz encuentro de sus miradas, dijo: “gracias por secar mis lágrimas” y tras una amplia sonrisa de la muchacha a su nuevo amigo, él preguntó de nuevo “pero, no entiendo porque llorabais, a caso no sois feliz?” la jovencita recordando por un instante su pesadilla, volvió a entristecer y dijo “he tenido un sueño, ha sido una pesadilla horrible, temo que sea una premonición y que acabe por hacerse realidad; he soñado que mi pueblo moría masacrado a manos de unos bandidos, unos desalmados que sólo querían apoderarse de lo poco que tiene mi gente, y yo no podía hacer nada por impedirlo, nada, ni siquiera morir con mi pueblo...” la pobre emperatriz, tan apenada por su visión, ya comenzaba a destilar de nuevo lágrimas, “No, no, no... nada de lloriqueos, vos sois la emperatriz y sois una joven fuerte e inteligente. Vamos, vamos, llorando no conseguís nada” dijo Shin alzando la cara de Ayumi con sus garritas, “sin duda es, sólo, una pesadilla y nada de eso, que habéis soñado, se hará realidad, ¿entendido jovencita?”, Ayumi ante tal serenidad y confianza en sí mismo no pudo por más que asentir y seguir escuchando, “en cualquier caso” prosiguió el gracioso dragoncito “si algo así amenazara con pasar vos estaríais prevenida puesto que, los vigías darían la voz de alarma y vos podríais dar refugio al pueblo dentro de palacio, y de todos modos... yo... os protegería” y sacando una pequeña katana (que ni yo misma, autora de esta historia, sé de donde ha sacado, este Shin es una caja de sorpresas y empieza a cobrar vida propia, jajaja) se puso en guardia e hizo unas katas con su diminuta espada, y tras confirmar que la joven emperatriz sonreía divertida al verlo haciendo tales cosas, el pequeño dragón sonrió a la muchacha y tomándola de la mano para llevarla de regreso a su habitación en el interior de palacio, le dijo “pero eso... otro día, ahora estoy muerto de sueño y quiero dormir en un sitio caliente” sonriendo, Ayumi preguntó “te quedarás conmigo para siempre?”, Shin giró la cabeza hacia donde estaba Ayumi y muy serio replicó “Para siempre”.

Así fue, como la emperatriz Ayumi y su dragoncito Shin se conocieron. Desde aquel día siempre estuvieron juntos y Ayumi, nunca más volvió a tener tales pesadillas, porque sabía que su dragón velaba por ella.